Imagina por un solo momento que hoy no es más que eso, hoy. Que mañana importa muy poco, que lo que hiciste ayer ni lo recuerdas ni te importa lo más mínimo. Imagina, por favor, que el lugar en el que estás no es más que el cúmulo de todas las decisiones que te han llevado hasta allí, pero que no es eterno, ni siquiera momentáneo, es simplemente un lugar de paso.
El lugar perfecto en que estar, el lugar perfecto desde el que partir hacia el lugar al que quieres ir.
Es todo tan redondo, tan perfecto, ¿no crees?
Se basa en eso, en creencias, en fe, pero la fe hay que ganársela, y en ese momento, se basa en convencimiento, en desenvoltura, en voluntad. Combatir, no rendirse, derramar hasta la última lágrima, hasta la última gota de sudor y el último pellizco de sangre por un sueño, por una necesidad, por una realidad que está al final del camino, que no importa si llega o no, porque su valor está en su impulso.
Ahora siente como tanta lucha, como toda esa batalla te derrota, como tus pies dicen basta, como tus rodillas muerden la arena, como te falta el aire y como los dedos de tus manos no pueden hacer otra cosa sino quitarse los restos de polvo de encima. El pelo sucio, los ojos apagados y los labios agrietados. Has llegado a la meta, tras tanto correr, y tienes sueño, ganas de rendirte, de entregar las armas y de poner punto y final.
Y lo haces, y algunos verán en ello una derrota, pero tú, y quién te acompañó en este camino sabrán la verdad, la realidad, ese punto de vista tan absoluto para ti que mañana podría ser distinto y que hoy por hoy es el único que puedes contemplar, y como te decía, cierras los ojos, y te invade el sueño, y todo se apaga...
Y ahora te preguntas, te pregunto, por favor, vamos a preguntarnos, ¿soñabas antes de cerrar los ojos o sueñas ahora que todo se ha apagado? Pues ahí, justo en ese momento, queda la realidad, y en ese instante es en el que todos deberíamos vivir al menos un día más.
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