1 de enero de 2013

La ecuación del columpio

No te puedo ver demasiado bien, de hecho, no veo apenas nada. Mezclas el movimiento del columpio con el horizonte que se pone a tus espaldas y cualquiera intuye de ti algo más que tu pelo, pero es una figura tan...deliciosa podría ser la palabra.
Hablas, supongo, de aquello y de esto, de todo lo que puede pasar o no pasará este año que ya se nos echa encima. Y yo tendré que decir que sí, es lo más sencillo de responder con la boca abierta. Parecemos niños chicos, de inocencia perdida, pero pequeñajos al fin y al cabo.
No te detienes, te pido que dejes de moverte adelante y atrás, pero tú, ni p*** caso. 
-¡Idiota, de verdad! Te odio tan profundamente como tú odias las puestas de Sol...
-¡Pero si me encantan las puestas de Sol -replicas.
Pues imagina lo que te odio yo para seguir aguantándote, pienso para mí.
Me acerco, no sin temor. Me vas a dar una patada en mal sitio y verás tú la risa...
Poquito a poco, tú adelante y atrás, apenas si te veo los ojos, como para ver nada más. Peligro tienes, niña de pura maldad.
Pero llega la X, la duda de la ecuación, coincidirá el instante preciso en que yo de él último paso con el momento en que más alto subas, más sonrías, más te animes y más cerca se acerquen tus labios a los míos.
¿Se dará el caso del primer beso de los niños de papá y mamá? Bueno, vete acercando, que el primer paso yo lo pienso dar...

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