Sientes que es tu último suspiro, que te alejas de esta cruel vida, que se acaba tu historia en este mundo, que la agonía que sufres finaliza, que empiezas a ver esa falsa luz en el más allá, que el reloj de la muerte a tocado a su fin, que eres empujado a un lugar del que no escaparás, y sientes muchas cosas. Amor, recuerdos, nostalgia, tristeza, horror y por encima de todo, alegría… ¿alegría por qué? Por lo mucho y poco que has vivido, por cada alegría que te regalaron los momentos del pasado, por haber sido un alma libre que hizo lo que quiso, ¡no!, tu alegría viene de algo mucho peor y oscuro, mucho más real y cercano, te alegras porque tu larga y penosa agonía acaba. ¿No te parece triste que así puedan acabar los días de una vida? ¿Qué casi desees morir? No es triste, es real.
Dos semanas antes de ese decisivo momento, de esa ultima mirada al mundo, has comenzado a sentir que tu fin te ronda. Estabas tirado en el sofá, viendo la tele como tantas otras noches, fumando y pensando que no podrías estar más tranquilo y feliz. Empiezas a toser, a sentir como te cuesta respirar cada vez más, y algo te dice que no debes tomarte a broma esto y vas como alma que lleva el diablo hacia el hospital. Te recibe un médico que trata de buscar los porqués de tu tos, y te pregunta si fumas, a lo que respondes afirmativamente, temiéndote lo que tantas veces has oído por la tele en campañas antitabaco. Cada vez te cuesta más respirar, cada vez necesitas más oxígeno y cada vez queda menos para que lleguen los resultados de tus pruebas médicas.
Llega el médico con cara de funeral, y te asustas, y con motivo, y ya en ese momento, tal vez, empieces a intuir tu final. Cáncer de pulmón avanzado, no hay tratamiento y te quedan pocos días es lo único que sacas de tan funesta visita.
El mundo se te viene encima, te sientes solo, acabado, con ganas de llorar, y por encima de todo, arrepentido, profundamente arrepentido por tu propia estupidez.
Te quedan las dos peores semanas de tu vida, esas en las que pagarás por tu estupidez. Al principio te sentirás cansado y abatido, casi dormido, pero eso sólo será el principio. Se acerca tu final y el tiempo se detiene, pero no por voluntad propia, sino por la culpabilidad que te tortura mentalmente y el dolor que sientes físicamente.
Te quedan dos días, te falta ese aire que siempre tuviste y que ahora buscas a ciegas en un mar de dolores. Tus pulmones no saben ni pueden encontrar esa bocanada de aire por la cuál venderías tu alma al diablo. Respiras como bajo agua, ahogándose poco a poco tu cuerpo, debilitándose en un vano esfuerzo por alargar la agonía inevitable. Sientes que las horas duran años, que el dolor alarga el poco tiempo que te queda, ese tiempo que te gustaría disfrutar, y que sin embargo es una tortura física y sicológica. Hasta que al fin, todo acaba, abrazas a la muerte, detestando la vida que dejas, que fue intensa mientras duró, pero que colmó de crueldad tus últimos días.
Esto lo puede pasar a cualquiera, y nadie se lo desearía a nadie, porque es demasiado cruel para soportarlo.
No fumar no te librará de este destino que a cualquiera le puede tocar, pero fumar te asegura un millón de papeletas para que tu fin sea tan terrible como imaginas, y mucho más.
No fumes
Dos semanas antes de ese decisivo momento, de esa ultima mirada al mundo, has comenzado a sentir que tu fin te ronda. Estabas tirado en el sofá, viendo la tele como tantas otras noches, fumando y pensando que no podrías estar más tranquilo y feliz. Empiezas a toser, a sentir como te cuesta respirar cada vez más, y algo te dice que no debes tomarte a broma esto y vas como alma que lleva el diablo hacia el hospital. Te recibe un médico que trata de buscar los porqués de tu tos, y te pregunta si fumas, a lo que respondes afirmativamente, temiéndote lo que tantas veces has oído por la tele en campañas antitabaco. Cada vez te cuesta más respirar, cada vez necesitas más oxígeno y cada vez queda menos para que lleguen los resultados de tus pruebas médicas.
Llega el médico con cara de funeral, y te asustas, y con motivo, y ya en ese momento, tal vez, empieces a intuir tu final. Cáncer de pulmón avanzado, no hay tratamiento y te quedan pocos días es lo único que sacas de tan funesta visita.
El mundo se te viene encima, te sientes solo, acabado, con ganas de llorar, y por encima de todo, arrepentido, profundamente arrepentido por tu propia estupidez.
Te quedan las dos peores semanas de tu vida, esas en las que pagarás por tu estupidez. Al principio te sentirás cansado y abatido, casi dormido, pero eso sólo será el principio. Se acerca tu final y el tiempo se detiene, pero no por voluntad propia, sino por la culpabilidad que te tortura mentalmente y el dolor que sientes físicamente.
Te quedan dos días, te falta ese aire que siempre tuviste y que ahora buscas a ciegas en un mar de dolores. Tus pulmones no saben ni pueden encontrar esa bocanada de aire por la cuál venderías tu alma al diablo. Respiras como bajo agua, ahogándose poco a poco tu cuerpo, debilitándose en un vano esfuerzo por alargar la agonía inevitable. Sientes que las horas duran años, que el dolor alarga el poco tiempo que te queda, ese tiempo que te gustaría disfrutar, y que sin embargo es una tortura física y sicológica. Hasta que al fin, todo acaba, abrazas a la muerte, detestando la vida que dejas, que fue intensa mientras duró, pero que colmó de crueldad tus últimos días.
Esto lo puede pasar a cualquiera, y nadie se lo desearía a nadie, porque es demasiado cruel para soportarlo.
No fumar no te librará de este destino que a cualquiera le puede tocar, pero fumar te asegura un millón de papeletas para que tu fin sea tan terrible como imaginas, y mucho más.
No fumes
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