Yo no creo en las casualidades, por eso me dedico a provocarlas. Mi trabajo es creer que domino el tiempo, que provoco la lluvia, que inspiro ternura, que podría desatar la locura si me dieses tiempo suficiente.
Porque soy ese aire que no ves pero que notas, ese miedo que viene de los árboles pero que es inocente, esa curiosidad que te lleva a la facultad por las mañanas. No lo entiendes muy bien, pero esa picardía que hay en cada piropo que no te digo tú la sientes, y es el principio.
Te busco entre las nieblas de un botellón que me da el valor que me falta para acercarme a ti, decirte hola, ¿qué tal?, y largarme tan colorado como un tomate. Te das cuenta de que es mucha casualidad que acabe el exámen justo detrás de tí, para encontrarme fuera de la clase con la típica pregunta de cómo nos fue, y hablar aunque sea de tonterías los dos. Tú no valoras eso, y yo lo sé, pero es tan importante para mí seguir manteniendo la esperanza que con eso no sólo me conformo, sino que me siento bien.
Te odio además porque siempre me haces esperar, y lo solucionas con una puñetera sonrisa, que hace que mi reloj se vuelva para atrás, y bueno, me sea imposible mirarte mal. Cómo no me vas a gustar, si tienes ese punto raro, ese golpe especial, esas ganas de hacerme probar fortuna, por si por casualidad, un día tú sientes lo mismo, y entonces...
Pasaremos del tú y yo al nosotros.
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