Terrorífica fue la tormenta que me vió nacer a primeros de abril. Nací convertido en agua, con la levedad de aquel que huye de sus fantasmas, con la terquedad de aquel que sigue atado a los mismos sueños desde que tiene cinco añitos. El ruido siempre me acompañó, mi voz siempre me disgustó pero al mismo tiempo no podía evitar tenerla siempre en mente, como un azote para una humanidad que no podía permanecer indiferente, yo no podía consentir que si yo caía el resto del mundo no lo notase. Siempre fue así, el deseo de quemar un árbol en una centella fue el recurso, el as en mi manga por si la situación se ponía oscura.
Porque podía conseguir tanto y tanto que ni siquiera con bastante me conformaba, porque sabía que en los días de tormenta debía aprovechar mi fortaleza para romper a llorar, para purificarme y reestructurar mis prioridades, pero al final, todo es más complicado de lo que puede parecer.
Y por momentos me alcé, como una estatua de hielo, imposible de hundir, imposible de romper, digna del reflejo de unos rayos de sol que merecidamente me había ganado, pero siempre tenía un sueño repetido. Me derretía, me dispersaba, me perdía entre la avaricia de ser el Todopoderoso, y me doy miedo ahora, escuchando como no hablo, simplemente es música lo que suena, y me frustra saber que en mis manos sigue habiendo poder pero que ahora el mundo es otro, y si algún día pude cambiarlo, ahora no encuentro las fuerzas para hacerlo...aunque jamás dudé de que las tengo.
El agua puede pasar de estado gaseoso a estado sólido sin pasar por líquido y viceversa en menos de lo que creemos y la decisión es sólo nuestra.
ResponderEliminarEsas fuerzas están en las sonrisas, los guiños, el sol a las 8 de la mañana y los atardeceres anaranjados. Siempre están ahí, sólo tenemos que ponernos las gafas de ver el mundo bonito.
;)