4 de diciembre de 2011

Diciembre caluroso

Morderme las uñas, pellizcar cojines y alargar tres veces tres la alarma de las tres. ¿Llegar tarde? Tanto no.
Excentricidades controladas, pero tú.
El ideal griego reconvertido a la chica guapa de peli americana que no soporto y que me quiero comer. Los dedos inquietos que me ponen de los nervios al jugar. Maldita sea la sonrisa que me corta por la mitad como cuchillo en mantequilla. Eres tú, tururú, pequeñita, que te quiero comer, que te lo digo una y otra vez, entérate.
Cambiar de orden la habitación, pero no desordenar, sino darle a cada sitio una nueva utilidad. Nada de besos en el portal, en las farolas o en el bar, los besos en la cocina, justo antes de cenar, cenar pensando en otra cosa, pero no cenar en el sofá.
Sofá lo siento chico, pero te vas a ensuciar, tapate los ojos, cierra tus oídos, porque ella y yo vamos a disfrutar, vamos a ser niños grandes con la inocencia del chaval.
Ir calentando el ambiente, prometer que no se pasará frío aunque sea Navidad, llegar al truco final, sacar del frigorífico las pillerías, la nata y fresas que esta mañana compré. Vete quitando la ropa, que nos empieza a sobrar, yo tengo tanta calor como hambre, y encima tú eres de las que siempre quiere más.
Cierra los ojos peque, los vecinos nos van a oir gritar, se van a morir de envidia, porque ellos no tienen postre, y nosotros tenemos postre, merienda y si nos quedan labios, hasta eso me tomaré para cenar.

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