Grita, chilla, por el amor de Dios. Enfurécete, choca, no sé, no pienses. Acércate a la mesa, dale una patada, dale un puñetazo, rómpete un dedo, llora, deja de respirar, maréate. Usa el participio del verbo elegir, siéntete único, especial, sí, así, ¡ya!
Acelera, derrapa, aprende a conducir después de trasnochar, exaspera, saca de quicio, deja la señal de tus dedos en una pared perfectamente blanca. Aclara la situación cuando llegues al final, no antes, por favor, antes de ello, lía a amigos, familiares, desconocidos y demás.
Siente el desprecio, la pasión, la ternura, el valor, siente que los demás sienten, imbuye en ellos las ganas de gritar. No pases por aquí sin hacer eco, no seas una sombra más en una noche de oscuridad. Apaga la luz, sí, pero sólo cuando tus labios sean rojo brutal, carmín, ¿va?
Pues eso, somos lo que rompemos, lo que destruimos en esta vida por la que pasamos, y luego, cuando nos vamos, empezamos a crear.
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