9 de marzo de 2013

¡En la vida he roto un plato!

¡Ríete tú de lo que es la vida! ¡Que la casualidad no existe, que es una cuestión de causalidad! ¡Que ya dejo de gritar, que te digo ahora que no rompí a un plato pese a inflarme a fregar!
Va, venga, ahora ya empiezo a marcar cada paso de este baile que acaba de empezar.
Espuma a borbotones, porque me falta vocabulario para encontrar algo similar a un estropajo traicionero que tenga el toque "cool" de la palabra espuma. ¿Para cuál, tal? Irrisoria forma de empezar.
Te decía, comentaba, no estoy en posesión de esta historia, de modo que no es mi verdad. Pero bueno, la comparto, aún poniendo los signos de puntuación en mal lugar.
¡Está fría, pero que fría el agua eh! Es lo que tiene lavar sin encender el termo, es lo que tiene volver con prisas por sentir curiosidad. Guiño. Hablo conmigo mismo, supongo, ¿va? 
Aún no he dicho nada, ¿verdad? Espera, aquí voy, de un tirón, en una oración sin par:
Quién no ha roto en su vida un plato no es porque se haya librado de fregarlos, es porque nunca se atrevió a enamorarse. 
¿Entiendes el significado? No hay mayor riesgo en la cocina que el de la porcelana rota, pero claro...¡¿a quién no le gusta almorzar un buen puñado de besos?! Si los probaste, repetirás.
Esto venía siendo un doble sentido, nada oculto, la verdad de la verdad, es la reflexión de que tras la idea más absurda, esa que habla de fregar platos, encontramos la idea de que para llegar a correr el riesgo de enfriar las manos, primero hemos de atrevernos a romper las dietas y, simplemente, dejarte llevar por el corazón.
He dicho. ¿Compartes mi opinión de los maravillosos usos que tiene una cocina, aparte de fregar platos? Te estoy viendo sonreír como una pilla...¡ajá!

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