A ver si te enteras, porque va a ser la primera y la última vez que te digo esto.
No quiero ni una foto más frente al espejo esperando la aprobación de tus amigas.
No me da la gana de consentirte una sesión de peluquería y manicura a costa de tus dudas.
No tolero que vuelvas a pensar ni por asomo que algo entre tus tobillos y tus ojos tiene el menor defecto, porque no es así.
No es que seas perfecta, es que no hace falta que lo seas.
Porque ni flequillo para arriba o para abajo, ni rizos o pelo ondulado, ni castaño, rubio o teñido atrevido, nada de nada le importa al pelo si está lo suficientemente mojado. En ese caso, está perfectamente peinado.
Que las faldas a la altura de la rodilla tienen el mismo valor que aquellas que no dan oportunidad a usar la imaginación de lo poco que tapan, que los escotes de vértigo son para aquellas que tienen miedo de que el precipicio sólo sea bonito por el peligro y no por las vistas, que realmente con pijama, muy cerca de tu cama es como más atractiva te veo, es donde encendería realmente una alfombra roja de luces.
Que te queda muy clarito, que no te lo vuelvo a repetir, que te cogería con las muñecas, sin que sintieses mis dedos, te acercaría peligrosamente a mi, te pediría que cerrases los ojos...
¿Piensas que de verdad te besaría? Así, ¿sin más?
No, por dios, me acercaría lo suficiente para que al yo suspirar, suspirases conmigo, y entonces, no haría falta tocar nada más, porque la distancia es relativa, y en ese instante lo podrías notar.
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